sábado, 5 de marzo de 2011

Misa Dominical.


Sólo voy cuando tengo ganas o deseos de ir.

¿Vas a trabajar sólo cuando tienes ganas?

¿Pagas tus impuestos sólo cuando tienes deseo de hacerlo?

¿La madre sólo alimenta a su hijo cuando tiene deseo de hacerlo?

Hay veces que realizamos ciertas acciones sin sentir deseo de hacerlas, pero no por eso dejan de ser auténticas y meritorias.

El deseo no es la única razón para actuar, ni siquiera la principal.


No tengo tiempo de ir a misa.

Puede que sea verdad, pero eso no es lo frecuente, porque los horarios de celebración de la Eucaristía son muy variados y se puede elegir la hora que más se acomode a nuestras circunstancias.

Decir “no tengo tiempo” es una expresión que se usa para no decir claramente: NO ME INTERESA.

Cuando algo realmente nos interesa nos hacemos el tiempo, posponemos otras cosas, adaptamos nuestros horarios para poder ir. Ahí si nos adaptamos y hacemos el espacio para no perdernos dicha actividad.

Quien verdaderamente valora la Eucaristía en su vida, cuando no puede asistir a la Misa experimenta un vacío; lamenta el no poder participar en la celebración; algo le falta y le deja un sabor de insatisfacción y carencia.

Esto sería una buena señal; lo contrario sería motivo suficiente para preocuparse.

Situaciones de excepción.

La excusa legítima puede ser una enfermedad, o el deber de cuidar a un enfermo que carece de otra persona que lo auxilie o a quien no se puede dejar solo.

A la enfermedad se equipara la ancianidad, cuando la debilidad o los achaques dificultan el traslado de quien lo sufre.

¿Por qué vamos a misa?

Ante todo, precisemos las palabras.

VAMOS no es la mejor expresión porque es demasiado material y, por decirlo así, física y local.

Ciertamente hay que ir, pero vamos a realizar un acto personal y comunitario: vamos a PARTICIPAR.

Vamos a tomar parte: no sólo a presenciar en forma pasiva, ni sólo a oír, sino a hacer nuestra una acción que nos compromete a todos.

Vamos, pues, a PARTICIPAR, a ESCUCHAR, a RESPONDER, a CANTAR, a EXPRESAR NUESTRA PERTENENCIA.

Sobre todo vamos a IDENTIFICARNOS ESPIRITUALMENTE CON LO QUE SE ESTÁ CELEBRANDO.

Somos protagonistas de la celebración, no espectadores.

¿Qué es la santa misa?

Es una celebración; un acto festivo en el que la Iglesia, representada por la comunidad local presidida por el Obispo o por un presbítero, cumple el encargo de Jesús de hacer presente el Sacrificio de la Cruz, memorial de su pasión, muerte y gloriosa resurrección.

Jesús murió en la cruz para ofrecer al Padre celestial el homenaje de su perfecta obediencia en reparación de las desobediencias y pecados con que los hombres hemos ofendido a Dios.

La muerte de Jesús en la cruz es un acto de amor al Padre, un acto de obediencia a su voluntad.

Jesús dijo que Él vivía por el Padre y que quien come su carne en la Sagrada Comunión, vivirá por Él.

Así como Jesucristo es inseparable del Padre, de modo semejante la vida del cristiano no tiene sentido alguno si no se realiza en una íntima unión de amor con el Señor.

La misa es una fiesta.

Gracias a la Eucaristía nos unimos a la ofrenda del Hijo al Padre, es una manera de injertarnos en el sacrificio de Cristo en la Cruz.

En nuestra pobreza de pecadores, la infinita liberalidad del Padre de los cielos nos hace hijos suyos, miembros de su Hijo y morada del Espíritu Santo.

No vamos por cumplir.

La palabra cumplir es inexacta, ya que no expresa cabalmente las motivaciones más hondas que debieran mover a un católico para tomar parte en la celebración Eucarística.

Participamos en la Santa Misa por amor a Dios Padre que nos ha dado, por amor, a su Hijo y que nos da su Santo Espíritu para que vivamos amándolo a Él y en Él a los hermanos.

¿Por qué y para qué participamos en la celebración de la santa misa?

Participamos en la Santa Misa, ante todo, por amor a Dios.

Para rendir a Dios, Uno y Trino, el humilde homenaje de nuestra adoración, de nuestra rendida sumisión.

Para alabar al Señor por sus obras, por la belleza de sus designios, de su creación y de las obras de su gracia.

Participamos en la Santa Misa con un estremecimiento de gratitud por los incontables beneficios de todo orden que Él nos ha concedido generosamente, incluso sin que se lo hayamos pedido.

Para ofrecer al Padre de los cielos la sangre preciosa de su Hijo, derramada en la cruz, en reparación de nuestros pecados y los de os hombres de todos los tiempos y lugares.

Para presentar a Dios, humildemente, nuestras peticiones, a fin de que Él nos conceda lo que realmente necesitamos.

Para ofrecer el Sacrificio eucarístico en sufragio por las almas de nuestros hermanos difuntos, a fin de que sean purificadas de sus pecados y puedan así ser admitidas a la bienaventuranza eterna.

Para escuchar atentamente la Palabra de Dios, a fin de conformar con ella nuestra manera de pensar y hacer de ella la norma de nuestras actividades y opciones.

Para recibir, con la debida preparación y disposiciones, a Jesucristo, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. A fin de que Él nos nutra, nos vaya transformando en Él.

Participamos en la Santa Misa no como seres aislados y ajenos los unos de los otros, sino como miembros de un cuerpo vivo que es la Iglesia, cuya cabeza es Cristo.

Al darnos cuenta de todo esto no podemos seguir diciendo que vamos por cumplir ni puede pesarnos el tiempo que dedicamos a la Celebración Eucarística.

De 168 horas a la semana que Dios nos regala, ¡¡¡¡¡SÓLO NOS PIDE UNA!!!!!

Quien ama de verdad no escatima el tiempo que pasa al lado de la persona amada; si pudiera, desearía que se prolongara lo más posible.

Aquel que busca las “misas cortas” es un mezquino, un avaro que se muestra miserable para regalarle su tiempo a Dios.

Quien ama de verdad no escatima el tiempo que pasa al lado de la persona amada; si pudiera, desearía que se prolongara lo más posible.

Cuando la misa nos parece demasiada larga, es que no hemos aprendido a amar a Jesús que ahí se nos da como alimento.

Algunas cosas que conviene tener presentes.

Sería muy importante asistir a cada Eucaristía en gracia de Dios para poder alimentarse plenamente de la Palabra y el Cuerpo de Cristo.

Prepararse con tiempo para no llegar retrasado a la Misa. Hemos de estar en el Templo antes que la Misa empiece.

Es muy conveniente asistir vestido digna y decorosamente; de acuerdo al lugar al que vamos. A una fiesta nunca iríamos en pantalones cortos.

Antes de entrar al Templo es necesaria apagar el teléfono celular. La persona más importante está dentro esperándonos.

Durante la celebración no converses con tu vecino. Déjalos para después. El silencio ayuda a crear un ambiente propicio de oración.

Vive la celebración con tus palabras, gestos y posturas de acuerdo al momento que se está celebrando.

Es deseable que la familia vaya con todos sus miembros. No importa que los niños estén muy pequeños, es la única manera en la que se irán habituando a la celebración de la Eucaristía dominical.

Si has dado una limosna para que el sacerdote aplique los frutos de la Misa por alguna intención tuya, o en sufragio por algún difunto, no te imagines que has comprado la Misa: las cosas de Dios no se venden ni se compran.

Lo que has hecho ha sido ofrecer una contribución económica para ayudar a sostener los gastos de la Iglesia, los cuales, por cierto, son muy elevados.

Si lamentablemente vives en estado de pecado grave, no puedes recibir la Sagrada Comunión: hacerlo sería un nuevo pecado que se llama sacrilegio.

Si estás en estado de pecado, no por eso se te prohíbe asistir a la Santa Misa, pero debes comprender que tu participación es imperfecta porque tu estado de pecado está en contradicción con la actitud de “vivir para Dios”. Pide al Señor que te de el don de la conversión para que te alejes de todo lo que te separa de su amor.

No todos los sacerdotes tienen las mismas capacidades intelectuales y oratorias. Nada obtienes con criticar a un presbítero menos dotado.

En todo caso, de lo que él haya dicho, puedes sacar algún provecho espiritual si lo escuchas con humildad y benevolencia.

Cuando hayas regresado a tu hogar, recuerda que en toda circunstancia de tu vida tienes que seguir viviendo para Dios: en eso radica la coherencia de la vocación cristiana.

Autor: CARDENAL JORGE A. MEDINA ESTÉVEZ

2 comentarios:

  1. Me encanta esta entrada, todo lo que se dice en ella es conveniente recordarlo frecuentemente. Muchas gracias María.

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  2. Nunca debemos olvidarlo y volverlo a decir una y otra vez.
    Un beso

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Gracias por sus comentarios, para mi son muy importantes.

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